“Empecé a jugar por placer y para divertirme, y ahora sigo haciéndolo. Lo que ocurre es que si no gano no me divierto”. Esta era una de las frases de cabecera de Drazen Petrovic. El hombre que iluminó el baloncesto europeo en la década de los ochenta y uno de los pioneros que cambiaron la mirada indiferente y desdeñosa de la NBA fuera de su burbuja, murió hace 25 años en Denkendorf, cerca de Stuttgart, cuando el coche que conducía su novia se estrelló contra un camión. Tenía 28 años. Estaba en el esplendor de su carrera. Plenamente reconocido en Europa, ya era también por fin admirado en la NBA, aunque no tanto como él deseaba y probablemente merecía.


Empezó a ser conocido como el genio de Sibenik, la localidad croata a orillas del Adriático donde nació en 1964. Era la quintaesencia del obseso por el baloncesto y la victoria. De niño se colgaba de una de las puertas de su casa creyendo que así crecería más y se procuraba las llaves del pabellón para entrenarse desde las seis de la mañana, a menudo en compañía de su hermano mayor Alexander. “Drazen fue mi ejemplo. En el 83, con 18 años, hicimos la mili juntos. Le vi entrenarse todos los días, a veces sin sentido. Con chalecos con pesas, corriendo muchísimo. Era malo para su cuerpo, pero lo hacía”, explica el que fuera su compañero y ahora entrenador Velimir Perasovic.

Las noticias sobre las actuaciones del base-escolta de 1,96 metros, corrieron como la pólvora. Con 18 años hizo campeón de Yugoslavia al Sibenka Sibenik y llegó a dos finales de la Copa Korac. En 1984 fichó por el Cibona de Zagreb. Conquistó dos Copas de Europa y una Recopa. Le metió 44 puntos al Real Madrid, otros 44 al CSKA. En Zagreb empezaron a llamarle Mister 44. En aquella época los jugadores yugoslavos, como los de la mayoría de países del Este, no podían fichar por clubes extranjeros hasta los 28 años. Petrovic y el Real Madrid lograron romper la regla. Tras ganar la Recopa durante su efímera estancia en el Madrid, afrontó el desafío de la NBA.

En paralelo, despuntó con la selección yugoslava. Se juntó una generación extraordinaria para disputar el Eurobasket de 1989 en Zagreb. Aquel equipo, que ya había logrado la medalla de plata en los Juegos Olímpicos un año antes, arrasó con una serie de actuaciones memorables. Allí estaban Divac, Kukoc, Danilovic, Radja, Zdovc, Vrankovic, Cutura y Paspalj. “Drazen tenía cuatro años más que yo. Era nuestro ídolo”, cuenta Divac. Se hicieron amigos. Emprendieron el mismo año la aventura de la NBA, Divac, a sus 21 años, con los Lakers; Petrovic, con 25, en Portland. Se telefoneaban a menudo. Volvieron a competir juntos con la selección en el Mundial de 1990 en Argentina. Lo ganaron tras superar en la final a Estados Unidos.

Por entonces empezaba a agudizarse el conflicto entre las Repúblicas yugoslavas. Muchos aficionados acudieron a la final con banderas croatas. Uno de ellos saltó a la cancha enarbolando una. Divac, serbio, lo vio y le instó a que abandonara el parquet. El episodio originó una gran controversia. La relación entre Divac y Petrovic se enfrió. Meses después de la muerte de Drazen, Divac visitó a su madre, Biserka, y rindió tributo a su amigo en el cementerio de Mirogoj, en Zagreb.

Petrovic había llegado a Estados Unidos ya como una figura consagrada en Europa, donde se le apodaba el Mozart del baloncesto. Sin embargo, se consumió en el banquillo durante su primera temporada y media en Portland, desde noviembre de 1989 hasta enero de 1991, ensombrecido por Clyde Drexler y Terry Porter, y al final también por Danny Ainge, al que ficharon los Blazers en 1990.

Petrovic forzó su traspaso y se incorporó a los Nets. En su extraordinaria segunda temporada con New Jersey promedió 22,3 puntos. Fue la segunda en que se metía entre los diez jugadores más efectivos de la Liga con un 55% de acierto en el tiro. Le sirvió para ser el primer europeo de la historia incluido en el tercer equipo ideal de la temporada, pero no para ser seleccionado en el All Star de 1993. “¡Qué injusticia! ¿Qué más quieren que haga Petro? Es una falta de respeto”, declaró el pívot de los Nets, Sam Bowie. “Creo que la única razón por la que no fue seleccionado para aquel All Star fue porque era extranjero”, añadió Ainge.

Los Nets le adoraban. Las estrellas incluso le respetaban, empezando por Michael Jordan y por todo el Dream Team, contra el que había jugado un año antes la final de los Juegos Olímpicos en Barcelona formando parte de la recién estrenada selección de Croacia.

Podía perseverar en la NBA, pero, desengañado, estaba a punto de regresar a Europa, posiblemente al Panathinaikos. Ya se había demostrado a sí mismo que podía triunfar en la NBA. Lo consiguió pese a todas reticencias. A su llegada, en 1989, su primer entrenador, Rick Adelman, le recibió con una frase demoledora: “Tiene demasiado el balón en sus manos, tira después de haber driblado, está acostumbrado a que el juego gire alrededor suyo y le resulta imposible integrarse en nuestro equipo”.

Tiempo después, en un partido ante los Pistons, Petrovic se enmparejó con uno de los grandes cañoneros de la Liga, Joe Dumars, y lo dejó a cero. “Nadie puede decir ahora que Petrovic no sabe defender”, sentenció el propio Drazen. Continúa siendo el tercer jugador con mejor porcentaje en los triples (43,7%) durante su carrera en la NBA, solo superado por Steve Kerr (45,4%9 y Hubert Davis (44,0%) y por delante de Stephen Curry (43,6%). “Fue un jugador extraodrinario, un pionero. Abrió el camino del éxito a los jugadores internacionales”, sentencia David Stern, el excomisionado de la NBA.