Solo en En Estados Unidos, "Becoming" vendió más de 725.000 ejemplares en las librerías.

A Michelle Robinson (54) le gusta que la llamen Mich, aunque el mundo la conozca como Michelle Obama; ama el kale; mantiene largas conversaciones con sus perros; imita a Barack cuando quiere hacer reír a sus hijas. Michelle Obama es –más allá de la Casa Blanca, del avión presidencial, de la seguridad milimétrica, de su altísimo perfil, de la admiración que genera en cientos de miles de personas en el mundo, de los evidentes millones de dólares– una mujer común. O, al menos, eso ha intentado demostrar desde que su marido se convirtiera en el presidente de Estados Unidos.

Michelle –carismática, fresca, solvente, divertida, inteligente– siempre logra (vaya uno a saber cómo) mostrarse cercana. No importa que haya una distancia y miles de kilómetro de distancia. No importa que sea inaccesible. El mundo la conoce. Y ella se deja.

En 2016, por ejemplo, formó parte de la sección Carpool de The Late Late Show de James Corden, cantó junto al conductor temas de Stevie Wonder, Beyoncé y Missy Elliot. El video tiene 66 millones de vistas en YouTube. El diario británico The Guardian le definió, en ese entonces, de la siguiente manera: "Desde Jacqueline Kennedy no ha habido una primera dama tan encantadora, glamorosa o inspiradora". Cuatro años antes, la abogada graduada de Princeton y Harvard, le apostó a Ellen Degeneres durante su programa que podía hacer más lagartijas que ella. Vestida de zapatillas deportivas y con pantalón ancho, Michelle se acostó en el piso y le mostró a todos lo que quisieran ver que la primera dama de uno de los países más poderosos del mundo estaba en forma. Claro que el acontecimiento tenía un objetivo: promocionar su programa Let's move que tenía como desafío combatir la obesidad en niños y jóvenes. Su último discurso en la convención del Partido Demócrata –también en 2016, en plena campaña electoral– está dentro de los momentos más memorables de sus 8 años como primera dama. Michelle –vestido azul marino, pelo con unas leves ondas, poquísimo maquillaje– habló con honestidad y empatía. En referencia a los años de la familia Obama en la Casa Blanca y a la crianza de sus hijas Malia y Sasha, dijo lo siguiente: "Les explicamos que cuando alguien es cruel o agresivo no descendemos a ese nivel. Nuestro lema es: 'Cuando ellos bajan nosotros subimos'".

Michelle Obama siempre tuvo mucho para decir y contar. No necesitó pedirle permiso a su marido, uno de los hombres más poderosos del mundo, para hacerlo. Ahora, un tanto más alejada de los focos de la política y de las decisiones de un país, la exprimera dama publica sus memorias. Becoming (traducido al español como Mi historia) es la demostración tangible y cuantificable de lo popular y querida que es. Según datos de la editorial Penguin Random House (que le pagó al matrimonio Obama US$ 65 millones por sus dos libros), el 13 de noviembre, el día de su lanzamiento, vendió 725.000 ejemplares en las librerías estadounidenses. Y, según Barnes & Nobles –una de las librerías más grandes del país–, la primera semana de Mi historia pasará a la posterioridad al convertirse en uno de sus mayores bestsellers de la historia de la tienda.

Además, Michelle está embarcada en una gira de presentación del libro por diez ciudades de Estados Unidos. La primera, en el Capital One Arena de Washington, agotó sus entradas y tuvo como bonustrack una aparición sorpresa de el mismísimo Barack. Es probable que Mi historia sea el libro más relevante del año y, también, es evidente que la gira de Michelle será un éxito rotundo. Al fin y al cabo, no es cosa de todos los días que una mujer con sus características cuente la intimidad y los secretos de las habitaciones de una de las residencias más inaccesibles del mundo.

La intimidad de la Casa Blanca y de la vida

Michelle le habla al lector. La distancia y la frialdad, ya se sabe, no son habituales en ella. La cuestión es que (de nuevo: ¿cómo lo hace?) Michelle Obama agarra al lector de la mano y lo lleva con ella.


Empieza por la niñez. Cualquiera podría decir que es una decisión evidente, sin riesgo. Pues no. La exprimera dama de Estados Unidos escribe: "Cuando era niña, mis aspiraciones eran simples". Y unas líneas más abajo narra o siguiente: "Apenas he empezado a procesar lo sucedido durante estos últimos años, desde que en 2006 mi marido planteó la posibilidad de aspirar a la presidencia hasta la fría mañana de invierno en que me subí a una limusina con Melania Trump y la acompañé a la investidura de su esposo. Ha sido un viaje trepidante". Dos páginas después, Michelle –humana, honesta– cuenta su vida ahora, a unos kilómetros de la Casa Blanca, sin personas a las que pedirle permiso, con el hogar en silencio, experimentando la tan preciada soledad después de 8 años de vida con asistentes 24/7. "Por todas partes hay objetos que nos recuerdan que aquello fue real: fotos de los días que pasamos en Camp David, recipientes de cocina artesanales hechos por estudiantes nativos americanos y un libro firmado por Nelson Mandela". Conclusión: Michelle Obama –como cualquier ser humano que de niña tenía aspiraciones como tener un perro y una casa con escalera– por momentos necesita confirmar que lo que sucedió fue real.

Porque, evidentemente, la vida de el 99% de la población mundial no tiene en sus planes conocer a la reina Isabel de Inglaterra y tener que decidir entre hacer una reverencia o darle la mano, dormir en sábanas italianas o no poder abrir la ventana de sus casa por miedo a que un francotirador dispare.

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Pero Mi historia es mucho más que un libro sobre Potus y Flotus (como se les llama al presidente de los Estados Unidos y a su mujer). Es un texto –de más de 500 páginas– sobre una pareja, una familia y, por supuesto, una mujer poderosa y fascinante. Hay detalles encantadores sobre cómo se conocieron con Barack y sobre el blazer de lino blanco que él usó para la primera cita. Hay, también, confesiones que demuestran que, al final del día, todos tenemos los mismos conflictos (Michelle perdió un embarazo y la pareja tuvo dificultades para concebir a sus hijas).

Hay declaraciones que muchos no esperaban o no querían leer: "No tengo la menor intención de presentarme a un cargo público. Nunca". Y hay declaraciones para subrayar: "No creo que a nadie le beneficie retocar su historia; ni a mí, ni a él, ni a ninguna de las personas a las que me gustaría llegar con mi autobiografía. No creo que nadie deba avergonzarse de su vida, en particular quienes han tenido que luchar. (...) Fracasar, dudar de uno mismo, sentirse vulnerable son experiencias que nos hacen humanos. Al reflexionar, descubrí que la esencia de mi historia, el centro de mi proceso de llegar a ser, estaba definida por mis momentos de lucha. Esa fue la razón por la que decidí contar mi vida". Hay, entonces, una historia de vida excepcional que –tarde o temprano– conecta con la que está del otro lado.