A 90 minutos de la capital del Magdalena, aparece un paisaje imponente con casas que se levantan del mar.

Las casas de madera, coloridas e imponentes, se levantan firmes y estables sobre el mar, desafiando la gravedad y el oleaje, formando una aldea que parece flotar en medio de la inmensidad de la Ciénaga Grande de Santa Marta. El nombre del pueblo no podía ser otro sino Nueva Venecia, una versión criolla de la ciudad italiana, pero amenizada por vallenatos, peces de todo tipo y diverso sabor, sol vehemente y una mezcla singular entre aguas dulces y saladas, fruto del encuentro mágico entre el mar Caribe y el río Magdalena.

La lancha es el único medio para llegar hasta allí, en un recorrido que desde las afueras de Santa Marta dura alrededor de hora y media. Podría parecer mucho tiempo, pero ese trayecto —ambientado por un contraste de azules, colosales manglares y peces que retumban de lado y lado— es solo el preámbulo de un paisaje cultural y natural ansioso de visitantes.

Al llegar, lo primero con lo que se topa el turista es con un letrero, alzado sobre dos profundas estacas, que da la bienvenida a la población: “Ruta turística Nueva Venecia. Bienvenidos”. A partir de allí se divisan las casas, de donde salen niños que posan para las fotografías, mientras los viejos miran expectantes a los nuevos. La parranda se escucha también a los lejos.


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Aunque hoy su economía gira alrededor de la pesca, le apuestan al turismo como foco de desarrollo: son conscientes del encanto de suscerca de 540 casas (algunas incluso con jardín) y la fascinación que generan sus caminos navegables, los mismos que transitan en canoas para ir a la tienda, visitar al vecino o llevar a los más chicos al colegio. Su forma de vida —en contacto permanente con el agua— y la tranquilidad con la que viven —amparados en brisas frescas y lejos del bullicio de la ciudad— resumen la magia de Nueva Venecia.

“Al nacer, lo primero que vemos es agua. Los niños ven pasar al vecino en canoa y desde sus primeros meses cogen un palito y simulan que están remando. Van cogiendo destreza. Para nosotros todo esto es especial, no hay estrés, estamos alejados de la ciudad y vivimos en un lugar hermoso”, explica Efrén, uno de los 3.000 habitantes de Nueva Venecia.

Y es que este pueblo —que pertenece formalmente al municipio de Sitionuevo (Magdalena), adonde llegan en treinta minutos en lancha— no tiene nada que envidiarle a cualquier otro corregimiento: tiene salón comunal, iglesias (tanto católicas como cristianas), estación de Policía, parque, cancha de fútbol, un hotel, pequeñas tiendas, gallera, bares y discotecas. Todo levantado sobre profundas estacas y sólidos pilares de madera, que ellos mismos se han encargado de incrustar para hacer emerger asombrosas estructuras.

Comprar una casa en el corregimiento puede costar entre $5 y $8 millones, “relativamente barato para estar en el paraíso”, asegura Efrén. Explica que para querer construir deben obtener el visto bueno de Cormagdalena, la autoridad ambiental de la región. Para la comunidad, ese permiso es una manera de custodiar su paraíso. Sin embargo, el cuidado no queda allí. Cada siete o diez años deben reemplazar los cimientos de las casas, generalmente construidos con madera guayacán, la mejor para las condiciones del terreno, la cual van trayendo de a pocos desde ciudades como Barranquilla, que les queda más cerca que Santa Marta. Precisamente, por esa proximidad, en la capital del Atlántico es donde compran la mayor parte de sus provisiones.

Lo cierto es que en Nueva Venecia todos se conocen con todos. Todos son vecinos y la cercanía que les da sus casas los hace familia. Y así mismo tratan a quienes llegan en búsqueda de aventura a conocer su pequeño paraíso. De allí que lo ocurrido en noviembre del 2000 —cuando un grupo de paramilitares, a bordo de canoas, llegaron hasta el pueblo yasesinaron a 37 pobladores a quienes acusaron de ser colaboradores de la guerrilla— los haya unido aún más, reivindicando la valentía de su gente.

La masacre no los detuvo. Hoy le apuestan a la reconciliación y ven en el turismo una forma de salir adelante, una visión compartida entre los otros pueblos palafíticos de la Ciénaga Grande de Santa Marta: Buenavista y Trojas de Cataca, ubicado en la desembocadura del río Aracataca, del otro lado de la Ciénaga. En Nueva Vista, el más poblado de los tres, su gente se jacta de poder pescar bocachico, mojarra blanca, sábalo, lisa, róbalo, moncholo o barbul. Es justo esa variedad la que quieren ofrecerle a quienes los visiten.

Pero no solo la gastronomía es uno de sus fuertes. Para quienes disfrutan de la parranda, ofrecen coloridos bailes a ritmo de tambores y cantos.Allí la recocha —como le dicen— es casi que espontánea y se forma en cualquier momento del día, lo que da cuenta de la alegría de su gente. “Desde pequeños los niños aprenden los cantos, pero ya nacen con ese sabor caribe”, dice Efrén.

Con el mismo convencimiento y la vehemencia con la que hablan de sus riquezas, advierten sus flaquezas. No dejan de reclamar medidas de saneamiento y agua potable, un sueño que podría hacerse realidad si logran vincular algún tipo de sistema con el acueducto de Sitionuevo. Dicen que allí la educación es a medias y que hacen falta profesores para áreas específicas. Aseguran que su lejanía, aquella que los hace privilegiados de estar aislados del bullicio de la ciudad, es también una contrariedad, pues insisten en que es poco el asomo del Estado.

Por ello, cuentan orgullosos que fue Falcao, hijo de Santa Marta, quien en 2015 les regaló la cancha de fútbol, una megaestructura levantada sobre el mar, donde organizan campeonatos y se hacen actividades lúdicas. A la cancha, quizá la estructura más visible del corregimiento después de la iglesia, se accede tras pasar por el icónico puente que atraviesa la población y que es célebremente famoso por aparecer en el video institucional del himno de Colombia.

Pero no solo por eso quieren ser reconocidos. Por eso, para que no solo los turistas, sino el Gobierno, ponga los ojos sobre Nueva Venecia, anhelan que llegue febrero, cuando la Gobernación del Magdalena se comprometió a entregarles dos muelles turísticos, uno de ellos ubicado en inmediaciones del municipio de Pueblo Viejo. A la par, los jóvenes se forman con el SENA para ser promotores de turismo y contarle al mundo de la magia de su pueblo, ese que pareciera que flotara sobre el mar.