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OSAKA, Japón — Las maquinarias propagandísticas del presidente estadounidense, Donald Trump, y de China proyectaron una tregua en una guerra comercial que ha cimbrado a las economías y los mercados de todo el mundo. Los aranceles no subirán más, al menos todavía no. Y Estados Unidos relajará las sanciones potencialmente devastadoras contra Huawei, la empresa multinacional más exitosa de China.

Sin embargo, los esbozos de la tentativa de un acuerdo de paz a los que llegó Trump con su homólogo chino, Xi Jinping, el 29 de junio, podrían consolidar más una amplia restructuración del orden de la economía global que pone en peligro el papel que ha tenido China durante muchas décadas como la planta de producción del mundo.

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Todavía se desconocen los detalles de las conversaciones entre Trump y Xi al margen de la cumbre del G20 en Osaka, Japón. Ambas partes han acordado retomar las conversaciones, pero no se garantizan los resultados finales. Sus diferencias aún podrían hacer fracasar la frágil paz en un conflicto económico que ha echado sombra sobre las perspectivas del crecimiento global.

Incluso una tregua inestable podría tener implicaciones prolongadas. Estados Unidos mantendría los vastos aranceles a los productos chinos en los próximos meses, o quizás años. Las empresas globales casi seguramente reaccionarían al seguir sacando de China al menos parte de las últimas etapas de su cadena de suministro.

“Siempre y cuando esté latente la amenaza, existen riesgos de depender de estas largas cadenas de suministro”, señaló Jacques deLisle, director del Centro de Estudios para la China Contemporánea en la Universidad de Pensilvania. “A las empresas no les gusta la incertidumbre, y esto la prolonga”.

En ese aspecto, los resultados de las conversaciones de Osaka son parecidos a los alcanzados cuando Trump se reunió con Xi en Buenos Aires, Argentina, el 1 de diciembre y se pactó una tregua en la que se elevaron los aranceles estadounidenses para la mercancía fabricada en China. Esa tregua duró hasta mayo, cuando el gobierno de Trump acusó a China de dar marcha atrás en un acuerdo parcialmente concluido en el que se hubieran remplazado los aranceles por importantes cambios estructurales en la economía china.

Ambas partes han considerado, desde hace mucho tiempo, que la segunda mejor solución es dejar los aranceles como están durante un tiempo indefinido. Los estadounidenses desean cambios fundamentales en la política económica de China, en la que el gobierno otorga grandes subsidios a las empresas competidoras de Estados Unidos.

Los funcionarios de Pekín desean que se eliminen por completo los aranceles. Sin embargo, se rehúsan a replantear un modelo económico basado en subsidios a la industria y en empresas estatales que, según ellos, han podido sacar de la pobreza a cientos de millones de personas durante las últimas cuatro décadas.

Las conversaciones de Osaka representan para China un éxito a corto plazo. Trump postergó los nuevos aranceles a aproximadamente 300.000 millones de dólares al año de mercancía china que había amenazado con imponer en algún momento no especificado si Pekín no regresaba a la mesa de negociaciones. También señaló, sin dar mayores detalles, que disminuiría las restricciones que su gobierno había puesto a la tecnología estadounidense que podía emplear Huawei. Esas restricciones impedían al gigante chino en equipo de telecomunicaciones comprar semiconductores y otras tecnologías que necesita, compras que, según la empresa, ascienden a un total de 11.000 millones de dólares anuales.

Tal vez lo más importante es que China ha convencido a Estados Unidos de regresar a la mesa de negociaciones sin aceptar ninguno de los cambios legislativos que el gobierno de Trump consideraba esenciales pero que Pekín veía como una afronta.

“China no cederá su soberanía ni mostrará debilidad”, comentó Zhu Ning, un destacado profesor de Economía de la Universidad Tsinghua en Pekín.

No obstante, un acuerdo no contribuye mucho a la reducción de las barreras comerciales que ha levantado Trump. El verano pasado, impuso el 25 por ciento de aranceles a 50.000 millones de dólares al año de importaciones chinas de industrias clave como la fabricación de automóviles y la fabricación de piezas para reactores nucleares. Luego, impuso aranceles del 10 por ciento a una gama más amplia de importaciones chinas con un valor de 200.000 millones de dólares. En mayo, aumentó al 25 por ciento los aranceles a este último grupo de productos.

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Como respuesta, una serie de empresas, desde fabricantes de calzado hasta fabricantes de artículos electrónicos, están sacando de China sus cadenas de distribución. Muchas empresas han estado trasladando el ensamblaje final a Vietnam, lo que ha generado, este año, un aumento de las importaciones estadounidenses procedentes de Vietnam mientras que han comenzado a tambalearse las importaciones chinas de Estados Unidos.

“Lo que esto ha demostrado es que hay una gran incertidumbre y que las cosas no volverán a ser como antes”, comentó Wendy Cutler, exfuncionaria de comercio de Estados Unidos que ahora es vicepresidenta del Asia Society Policy Institute.

Este cambio no será de la noche a la mañana. China sigue siendo un coloso de la manufactura con vastas cadenas de suministro y una fuerza laboral calificada. Incluso las empresas que siguen sacando de China su producción final continúan comprando componentes hechos en China, en especial electrónicos, un sector en el que este país tiene predominio. Pese a las tensiones comerciales cada vez peores de las últimas semanas, Apple está planeando trasladar la producción de una línea de potentes computadoras personales de Estados Unidos a China.

“Desarraigar toda una cadena de suministro es una pesadilla”, señaló Jon Cowley, abogado de la oficina de Hong Kong de Baker McKenzie, un despacho de abogados a nivel global, que asesora a clientes corporativos sobre aranceles y cadenas de suministro. “Es un proceso de años, si no es que décadas”.

Recientemente, Trump advirtió que estaba preocupado por el ingreso de mercancía de Vietnam. Personas que tienen un buen conocimiento de la política económica de Estados Unidos comentaron que el gobierno de Trump está alerta para ver si las empresas fingen fabricar productos fuera de China, pero en realidad solo están montando piezas hechas en esa nación.

Aun así, China tiene pocas opciones para detener estos desplazamientos. El comercio entre ambos países es tan desequilibrado que China tiene muchas menos importaciones estadounidenses que gravar. Podría cerrarse a las empresas estadounidenses que venden grandes cantidades de productos en China, como Apple o General Motors, pero poner en aprietos a esas empresas podría perjudicar a los trabajadores chinos que fabrican esos productos.

Su estrategia ha sido concentrarse en productos agrícolas de estados que Trump necesitaría para ganar si quiere ser reelecto en 2020. El sábado, Trump señaló que China había aceptado volver a comprar parte de los productos agrícolas y otros productos que no ha estado comprando últimamente como represalia por los aranceles de Estados Unidos.

La postura de Trump podría cambiar si la economía estadounidense se desacelera o si los mercados financieros se ven afectados. Aunque la guerra comercial sea bien recibida por las bases de Trump y en algunas partes de los estados manufactureros con posiciones políticas fluctuantes, y las compras reanudadas de productos agrícolas puedan mejorar su imagen, el electorado en general no está a favor de ella.

Aun así, los dirigentes de los dos principales partidos estadounidenses han señalado que Estados Unidos podría seguir adoptando una línea dura con respecto a China sin importar quién esté en la Casa Blanca. Las posturas hacia Huawei, en especial, demuestran una propensión de ambas partes a adoptar una línea dura.

Trump comentó el 29 de junio que otorgaría mayor flexibilidad a las empresas estadounidenses para vender sus productos al gigante chino de las telecomunicaciones. Sus comentarios no fueron precisos acerca de qué empresas podían reanudar sus ventas. La industria de la tecnología ha sostenido que debería poder vender a Huawei productos que no representen una amenaza para la seguridad nacional.

Esos comentarios ya estaban provocando escepticismo el sábado. En un comunicado, el senador Chuck Schumer de Nueva York, líder demócrata en el Senado, se refirió a Huawei como “uno de los pocos instrumentos potentes que tenemos para hacer que China juegue limpio en el comercio”.

“Si el presidente Trump da marcha atrás, como parece que lo está haciendo, reducirá drásticamente nuestra capacidad de cambiar las prácticas comerciales indebidas de China”, señaló.

Los funcionarios estadounidenses han retratado a Huawei ante los aliados de Estados Unidos como una amenaza potencial para la seguridad, en un intento de que estos acudan a otro lugar para comprar equipos avanzados de telecomunicaciones. Huawei ha negado la acusación de que representa una amenaza para la seguridad de cualquier empresa.

“Incluso si intentan abrirse paso aquí con respecto a la forma de aplicar cualquier cosa que Trump haya decidido, su simple mensaje debilita muchísimo los esfuerzos invertidos en intentar convencer a nuestros aliados de que se nos unan”, comentó Laura Rosenberg, investigadora principal del German Marshall Fund, un centro de investigación.