Habrá escuchado muchas veces que las catástrofes naturales o las guerras, a pesar de todo lo horrible que representen a corto plazo, son el motivo para empezar a esperanzarse acerca del crecimiento económico a posteriori. ¿Cuánta verdad existe acerca de que la destrucción de la riqueza conlleva el germen de una demanda de bienes y servicios posteriores que más que compensan el daño inicial?

Los desastres son perturbaciones que podrían afectar a distintas variables ambientales, económicas y sociales de un país. Son fenómenos de ocurrencia común y cuya frecuencia se ha incrementado a lo largo del tiempo. Estamos hablando de hechos muy puntuales, imprevistos y no deseados. No una rutina de destrucción.

Un desastre es un evento que cumple con uno o más de los siguientes criterios:

i) se informa de diez o más muertes;
ii) se informa de 100 o más personas
iii) se declara un estado de emergencia, o
iv) se hace una petición de ayuda.

La Base de Datos Internacional sobre Desastres de la Universidad Católica de Lovaina en Bruselas cuenta con el registro más extenso de desastres a nivel mundial: en el período 1970-2010, tuvieron lugar 10.271 desastres en el mundo, de los cuales un 23,7% se produjeron en América, y Asia fue el continente más afectado.

No está claro, según un paper de Omar Bello publicado en la Revista de la CEPAL N° 121 de abril de 2017, que el impacto de los desastres climáticos y geológicos en la tasa de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) per cápita de los países de América Latina y el Caribe sea positivo.

En los países del Caribe, la respuesta típica de la tasa de crecimiento del PIB per cápita a los desastres climáticos fue negativa. Por su parte, la respuesta a un desastre de origen geológico no fue estadísticamente significativa. En los países de Centroamérica, la respuesta de la tasa de crecimiento del PIB per cápita a los desastres climáticos fue negativa el primer año y positiva el tercer año, mientras que la respuesta a los desastres de origen geológico fue positiva en el segundo y tercer año.

Dichos desastres se suman a las distintas perturbaciones que afectan a las economías de Latinoamérica, como los ciclos económicos de los países más desarrollados que repercuten sobre el comercio internacional, así como de sus crisis financieras.

A modo de ejemplo, en el año 2011, el yen japonés se apreció por el flujo de divisas destinadas a la reconstrucción tras el terremoto y posterior tsunami que destruyeron Fukushima. Y muchos recuerdan a la Segunda Guerra Mundial como un enorme programa de obras públicas, durante y después de este episodio, que sacó a la economía de los Estados Unidos de la depresión, con importantes economías externas sobre muchos otros países. Hasta se lo ha escuchado decir a Paul Krugman después de los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2000, que “por horrible que parezca decir esto, el ataque terrorista pudo hacer un bien económico”.

Para poder contestar con propiedad, además, es necesario revisar los trabajos empíricos, ya que la única verdad es la realidad y lo que efectivamente ocurrió. Pero en economía no se pueden aislar dos variables del resto de la economía, ya que un instrumento no sólo tiene un impacto en un objetivo, sino que repercute sobre el resto. Y una catástrofe natural no consiste solamente en ver una ventana rota y potenciar la demanda para reponer ese bien que se ha destruido físicamente, sino que hay que ir más allá y analizar por ejemplo qué otro destino más productivo quizás haya podido tener ese dinero destinado a un imprevisto, siempre y cuando no esté asegurado y esté cubierto, claro está.

Es obvio que cuanto más profundo es el shock, más difícil va a ser reponerse del golpe: en un caso extremo, la destrucción de todo un país no podrá sentar las bases de un crecimiento de mediano plazo superior.

¿Es productivo tener que destinar recursos a una reconstrucción, o esos recursos podrían servir para una mayor creación de riqueza adicional? Si esos recursos son públicos, es indudable que la economía debería reactivarse en mayor medida que si no lo fueran, pero incluso así, demandará más déficit o impresión de moneda que incrementará los niveles de endeudamiento, o bien generará más inflación como daños colaterales. Si excluimos al Estado del análisis, los seguros sí terminan reactivando, ya que ahorros invertidos en activos financieros se transformarían de un día para el otro en gastos productivos para la reactivación del capital.

Volviendo a la pregunta original, hay que explicar la “Falacia de la Ventana Rota”, explicada por Frédéric Bastiat en 1850, para ilustrar la idea de los costos ocultos o los costos de oportunidad.
Supongamos que un niño rompe jugando el vidrio de un negocio. Al principio, todos se solidarizarán con el comerciante, y pensarán que el vidrio roto terminará beneficiando al vidriero, el cual comprará pan con ese beneficio, beneficiando al panadero, quien comprará más máquinas para producir más harina e incrementar su negocio, o bien un pasaje para viajar en vacaciones o bien otros alimentos para consumir más.

¿Le ha hecho ese niño un favor a la sociedad? ¿Qué sería de los vidrieros si nunca se rompiera un vidrio? La respuesta es no, porque se ignoran los costos ocultos: el comerciante está obligado a comprar un vidrio nuevo, cuando quizás podría haber ido con ese dinero a comprar pan beneficiando al panadero. Mirando el conjunto de la industria, se ha perdido el valor de un vidrio, llegando Bastiat a la conclusión de que la sociedad pierde el valor de los objetos inútilmente destruidos y que la destrucción no genera un beneficio. El efecto más inmediato se da cuando se rompe un vidrio, pero también se dan otros costos en forma simultánea.

Dado que esa persona ha gastado su dinero en el vidrio, no podrá gastarlos en otra: si no hubiese tenido que reemplazar el cristal, habría comprado un par de zapatos o un nuevo libro o un traje: estando el vidrio roto, el vidriero es favorecido y esto es lo que se ve, pero si el cristal no se hubiese roto, el vendedor de zapatos o de trajes habría sido favorecido en igual cuantía, y eso es lo que no se ve.

En el primer caso, el del cristal roto, él gasta su dinero en el mismo vidrio que antes tenía. En el segundo caso, en el que el accidente no llega a producirse, habría gastado su dinero en calzado o en un traje y disfrutaría de un par de buenos zapatos o de vestirse elegantemente, y de un cristal. En conjunto, la sociedad ha perdido el valor de un cristal roto, concluyéndose que la destrucción no es igual al beneficio. La historia del gamberro nos muestra que el daño físico destruye la riqueza.

¿Se acelera el PIB en trimestres y años posteriores a un desastre, como el paso de un huracán que destruye inversión hundida y capital de una economía? Muchos estarán tentados en concluir de manera exactamente opuesta. Este tipo de respuestas se basa en el hecho que el PIB es flujo, es valor agregado, es generación de riqueza año tras año, por lo que en un principio, tiene sentido este tipo de razonamiento. Hay que poder diferenciar el concepto de stock del de flujo: en el PIB, el stock de capital no se encuentra computado, sino solamente el flujo, que es el que genera el valor agregado para una economía.