En los últimos años, están creciendo vertiginosamente la oferta de plataformas de asesoramiento financiero y gestión de inversiones completamente automáticas, tecnologías que se conocen con el nombre de robo-advisors, lo cual podría traducirse como asesores financieros robotizados que requieren una intervención humana mínima.

Si bien es innegable que estas herramientas ofrecen algunas características muy interesantes, resulta recomendable tener especial cuidado a la hora de depositar su confianza y su capital en manos de un robot.

Las plataformas de robo-advisors ofrecen servicios de gestión de carteras en base a una determinada estrategia de asignación de activos. En general, el inversor incorpora sus objetivos, necesidades y tolerancia al riesgo dentro de un sistema de software. Posteriormente, se recomienda una determinada distribución de activos en función de estas necesidades, la cual puede incluir acciones de diferentes clases, bonos de diversos plazos y niveles de riesgo, y en algunos casos también materias primas y dinero en efectivo.

Una vez diseñada la asignación de activos, los robo-advisors ofrecen también la posibilidad de gestionar la cartera en cuestión. Habitualmente se utilizan fondos de inversión o ETFs de bajo costo en diferentes clases de activos, lo cual implica que se trata de estrategias que ofrecen un amplio grado de diversificación.

A cambio de una suma de dinero competitivamente baja, ya sea una comisión fija o un porcentaje de los activos, estas plataformas se ocupan de mantener la cartera tal como fue diseñada, rebalanceando los activos en forma mensual o anual.

Para los inversores de portafolio, es decir, aquellos que pretenden tener una cartera bien diversificada de largo plazo y a bajo costo, la metodología puede resultar sencilla y eficiente. Teniendo esto en cuenta, no resulta para nada extraño el potente crecimiento que han tenido los robo-advisors en años recientes.

Sin embargo, existen algunas contraindicaciones importantes que conviene tener en cuenta. En primer lugar, la toma de decisiones de inversión es un proceso que tiene tanto componentes psicológicos y emocionales como valoraciones racionales.

La mayoría de los inversores no tiene problemas en mantener el rumbo cuando las cosas van bien y los precios de los activos se mueven en tendencia favorable. En cambio, en momentos de crisis y caída generalizada de precios, las decisiones son mucho más complejas, y los escenarios de estrés y ansiedad son especialmente propicios para la toma de decisiones equivocadas.

Durante la última crisis financiera en el período 2008-2009, el índice S&P 500 llegó a caer más de 50% desde sus máximos. Muchos inversores no lograron tolerar estas bajas, o no supieron interpretar las implicaciones de dicho colapso bursátil.

En esa etapa se registró un récord de ventas y salidas en el mercado de acciones, precisamente en el momento en el cual se estaba presentando una oportunidad histórica de compra. Desde marzo de 2009 a la fecha, el índice S&P 500 acumula una ganancia total de más de 240%, incluyendo dividendos.

Los datos estadísticos son concluyentes: lamentablemente, a lo largo de la historia la mayoría de los inversores tiende a vender en momentos de pánico y precios bajos para comprar en etapas de precios altos y optimismo abundante.

Una estrategia automática debería evitar este comportamiento, ya que el portafolio se balancea automáticamente en función de la asignación establecida de activos. Por otro lado, ¿Quién garantiza que el inversor va a mantenerse firme en su estrategia durante una etapa de crisis? Cuando el robot genera malos resultados, puede resultar difícil mantener la confianza en el mismo.

En esta clase de escenarios, tener contacto con un administrador con experiencia que pueda explicar con solvencia los motivos de la caída y la importancia de mantener la disciplina puede hacer una enorme diferencia.

También es importante saber cómo impactan los cambios en las necesidades del inversor en el proceso de asignación de activos. Por ejemplo, si uno tiene pensado retirar dinero de la cuenta dentro de unos meses para comprar una propiedad, este dinero debería mantenerse en efectivo o en activos de baja volatilidad, para evitar que un movimiento desfavorable de mercado obligue a vender en un mal momento.

Si el inversor no es consciente de estas cuestiones, puede cometer el error de no incorporar estas necesidades en su planificación financiera, lo cual llevaría a una estrategia de asignación de activos inadecuada.

Como suele suceder con muchas herramientas digitales, los robo-advisors pueden resultar útiles, pero siempre es indispensable el conocimiento humano para la toma de decisiones acertadas de inversión.

En definitiva, conviene entender a los robo-advisors como una herramienta tecnológica valiosa si se la utiliza en forma inteligente, pero no como una solución completa e integral a nuestras necesidades de planificación financiera y gestión de inversiones.