Arlette
02-02-2015, 08:49 PM
Los tres factores más importantes en los que un inversor debe apoyarse a la hora de operar son la Administración del Dinero, la Mentalidad y el Método.
Existen muchos miedos y excesos que nos llevan a tomar decisiones equivocadas, o a no tomar ninguna cuando había que hacerlo.
¿Cuánto influyen las emociones a la hora de operar? Mucho. Mucho más de lo que uno piensa que pueden influir. Las emociones provienen de la personalidad. Y las decisiones que uno toma siempre están influenciadas por la personalidad, un rasgo característico único y distintivo de cada individuo que sirve para predecir su comportamiento en los mercados. Es la personalidad la que explica en gran parte las diferencias entre individuos y los distintos grados de aversión al riesgo resultantes.
En gran parte la personalidad ya viene incorporada en la persona, viene “de fábrica”, se nace con ella, es decir que ante las mismas circunstancias históricas en la vida de dos personas, éstas reaccionarán en forma distinta ante la misma propuesta de inversión: una persona la tomará y la otra exigirá mayor retorno para poder aceptarla. Se puede ver a través de las curvas de indiferencias en una relación riesgo/retorno esperado, cuyo empinamiento marca el mayor grado de aversión al riesgo. Cuanto más aplanada sea dicha curva de indiferencia, ese inversor tendrá propensión a asumir riesgos mayores ante el mismo retorno esperado, o estará satisfecho con una rentabilidad esperada menor que la de otro inversor ante la misma cantidad de riesgo.
Pero además esa personalidad se construye, es decir que dos personas serán distintas a la hora de invertir, una tomando poco riesgo y la otra tomando mucho, si poseen diferentes niveles de conocimiento sobre la materia, o bien porque la experiencia anterior (ya sea positiva o negativa) marca a fuego el carácter de las personas e incide sobre sus decisiones posteriores, o bien porque sus objetivos y su horizonte temporal serán distintos de una persona a otra.
Supongamos que uno es un inversor amante al riesgo, dispuesto a operar los mercados y asumiendo que el resultado puede no serle favorable. Independientemente de nuestro grado de aversión al riesgo, la actitud y la personalidad son un elemento clave.
Si uno deja que le invadan las emociones, ése será el principio del fin. Los inversores que han realizado una operación perdedora con mentes débiles serán perdedores, ya que tendrán miedo a que se repita. El verdadero trader aunque sepa que puede ocurrir, pero volverá a hacerlo porque sabe que aplicó un método de selección racional de los activos y que posee una administración del dinero que lo distingue del resto de los inversores menos profesionales, que aplicará un stop-loss en caso de que la pérdida se amplíe, sacándolo del juego en forma automática. Si uno confía en sus emociones o sus deseos, se terminará de destruir la cartera en unas pocas operaciones.
Una de las razones fundamentales por la cual un trader no lograr la consistencia y los rendimientos esperados son sus emociones, aún llegando a dominar un método consistente.
La actitud tiene que ser ganadora. Por eso parece acertada la comparación entre la mentalidad de un trader con la de un cazador. El cazador espera a la presa con paciencia, es decir se debe saber esperar el momento en que el mercado da la oportunidad de realizar un punto de entrada en un trade, que es fundamental. ¿Cuántas veces hemos acertado en la dirección que llevará un determinado activo, pero hemos entrado demasiado temprano?
Por otro lado, el cazador dispara y luego obtiene por ello su recompensa: equivale al hecho de que uno tiene que saber tomar ganancias totales o parciales de una operación. Hay que tomar ganancias cuando se tiene capital por encima del inicial y a nuestro favor, siempre y cuando concuerde con nuestros objetivos y no se haya establecido como política dejar correr la ganancia.
Y cuando el día termina hay que colgar el traje de cazador. Dar por finalizado el período de caza y descansar con la mente tranquila sabiendo que se ha salido de todas las operaciones (habiendo ganando o perdido) o que se han activado los mecanismos de protección más tradicionales, como los stop loss.
Siempre existen oportunidades de entrar en el mercado, y el mercado siempre da revancha. Lo importante es que el resultado no influencie las operaciones futuras, a menos que se deba revisar la estrategia porque es la equivocada.
Hay que entender que es nuestra actitud y mentalidad lo que determina los resultados, por eso hay que ir aprendiendo y asimilando aquellas actitudes que necesitamos para construir una mentalidad ganadora.
Los conflictos, contradicciones y paradojas son parte del día a día.
La mala suerte también, porque existe la teoría de las probabilidades que nos enseña que existe la posibilidad de perder, y muchas veces seguidas, aunque la probabilidad se reduce a medida que se suceden unas tras otras. Por ello es imprescindible aprender a esperar a que aparezca la próxima oportunidad y repetir el proceso varias veces.
Existen muchos miedos y excesos que nos llevan a tomar decisiones equivocadas, o a no tomar ninguna cuando había que hacerlo.
¿Cuánto influyen las emociones a la hora de operar? Mucho. Mucho más de lo que uno piensa que pueden influir. Las emociones provienen de la personalidad. Y las decisiones que uno toma siempre están influenciadas por la personalidad, un rasgo característico único y distintivo de cada individuo que sirve para predecir su comportamiento en los mercados. Es la personalidad la que explica en gran parte las diferencias entre individuos y los distintos grados de aversión al riesgo resultantes.
En gran parte la personalidad ya viene incorporada en la persona, viene “de fábrica”, se nace con ella, es decir que ante las mismas circunstancias históricas en la vida de dos personas, éstas reaccionarán en forma distinta ante la misma propuesta de inversión: una persona la tomará y la otra exigirá mayor retorno para poder aceptarla. Se puede ver a través de las curvas de indiferencias en una relación riesgo/retorno esperado, cuyo empinamiento marca el mayor grado de aversión al riesgo. Cuanto más aplanada sea dicha curva de indiferencia, ese inversor tendrá propensión a asumir riesgos mayores ante el mismo retorno esperado, o estará satisfecho con una rentabilidad esperada menor que la de otro inversor ante la misma cantidad de riesgo.
Pero además esa personalidad se construye, es decir que dos personas serán distintas a la hora de invertir, una tomando poco riesgo y la otra tomando mucho, si poseen diferentes niveles de conocimiento sobre la materia, o bien porque la experiencia anterior (ya sea positiva o negativa) marca a fuego el carácter de las personas e incide sobre sus decisiones posteriores, o bien porque sus objetivos y su horizonte temporal serán distintos de una persona a otra.
Supongamos que uno es un inversor amante al riesgo, dispuesto a operar los mercados y asumiendo que el resultado puede no serle favorable. Independientemente de nuestro grado de aversión al riesgo, la actitud y la personalidad son un elemento clave.
Si uno deja que le invadan las emociones, ése será el principio del fin. Los inversores que han realizado una operación perdedora con mentes débiles serán perdedores, ya que tendrán miedo a que se repita. El verdadero trader aunque sepa que puede ocurrir, pero volverá a hacerlo porque sabe que aplicó un método de selección racional de los activos y que posee una administración del dinero que lo distingue del resto de los inversores menos profesionales, que aplicará un stop-loss en caso de que la pérdida se amplíe, sacándolo del juego en forma automática. Si uno confía en sus emociones o sus deseos, se terminará de destruir la cartera en unas pocas operaciones.
Una de las razones fundamentales por la cual un trader no lograr la consistencia y los rendimientos esperados son sus emociones, aún llegando a dominar un método consistente.
La actitud tiene que ser ganadora. Por eso parece acertada la comparación entre la mentalidad de un trader con la de un cazador. El cazador espera a la presa con paciencia, es decir se debe saber esperar el momento en que el mercado da la oportunidad de realizar un punto de entrada en un trade, que es fundamental. ¿Cuántas veces hemos acertado en la dirección que llevará un determinado activo, pero hemos entrado demasiado temprano?
Por otro lado, el cazador dispara y luego obtiene por ello su recompensa: equivale al hecho de que uno tiene que saber tomar ganancias totales o parciales de una operación. Hay que tomar ganancias cuando se tiene capital por encima del inicial y a nuestro favor, siempre y cuando concuerde con nuestros objetivos y no se haya establecido como política dejar correr la ganancia.
Y cuando el día termina hay que colgar el traje de cazador. Dar por finalizado el período de caza y descansar con la mente tranquila sabiendo que se ha salido de todas las operaciones (habiendo ganando o perdido) o que se han activado los mecanismos de protección más tradicionales, como los stop loss.
Siempre existen oportunidades de entrar en el mercado, y el mercado siempre da revancha. Lo importante es que el resultado no influencie las operaciones futuras, a menos que se deba revisar la estrategia porque es la equivocada.
Hay que entender que es nuestra actitud y mentalidad lo que determina los resultados, por eso hay que ir aprendiendo y asimilando aquellas actitudes que necesitamos para construir una mentalidad ganadora.
Los conflictos, contradicciones y paradojas son parte del día a día.
La mala suerte también, porque existe la teoría de las probabilidades que nos enseña que existe la posibilidad de perder, y muchas veces seguidas, aunque la probabilidad se reduce a medida que se suceden unas tras otras. Por ello es imprescindible aprender a esperar a que aparezca la próxima oportunidad y repetir el proceso varias veces.