Arlette
20-08-2015, 07:56 PM
Aún frescas en la memoria de los inversores se encuentran la burbuja de hipotecas subprime en los Estados Unidos, la burbuja “punto.com” de empresas de internet, la burbuja financiera e inmobiliaria en Japón o incluso el crack bursátil de 1929 para ir un poco más lejos en el tiempo.
Pero remontemos un poco más. Si bien pudo haber habido otras más antiguas, ninguna ha revestido las características de suba de precios y posterior derrumbe con semejante voracidad y efecto derrame como la asombrosa y hasta increíble especulación con los tulipanes holandeses en el siglo XVII.
En ese entonces, el uso de los tulipanes era una señal de estatus social. El inicio de la Tulipomanía se atribuye a cuando el embajador de Turquía puso de moda a los tulipanes entre las clases más prudentes de la época para adornar los jardines más elegantes y extravagantes.
Charles de l'Écluse fue el introductor del tulipán en los Países Bajos en 1559, procedente de la actual Turquía (que en aquel entonces formaba el Imperio otomano) donde adornaba los trajes de los sultanes y tenía connotaciones sagradas. La palabra tulipán tiene su origen en la palabra turbante en francés (turban), deformación de la palabra turca “tülbent” que, a su vez, tiene su origen en el idioma persa y cuyo significado es la palabra turbante.
Sí, las famosas flores que suelen adornar las tarjetas postales o los recuerdos que muchos alguna vez nos hemos traído de Holanda han llegado a valer en el año 1637 más que una casa. Leyó bien: un tulipán llegó a valer más que una casa. Se llamó la Tulipomanía, a la que denominaré la madre de todas las burbujas.
El periodista escocés Charles Mackay fue quien esa locura en 1841 en su libro Memorias de extraordinarias ilusiones y de la locura de las multitudes
El auge y la prosperidad comercial de los Países Bajos, así como el éxito de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales son dos de los factores que explican el origen de la tulipomanía holandesa. Si a eso le agregamos el gusto por las flores y en especial las exóticas, ese objeto se convirtió en un objeto de ostentación y símbolo de riqueza en aquel entonces.
Llegada la primavera, los tulipanes eran vendidos en los mercados a personas de alto poder adquisitivo, cuyo pago sostenía la cadena de intermediarios, revendedores y vendedores.
La flor del tulipán tiene una vida breve: el período de producción de tulipanes arranca a partir de un bulbo puede durar un poco más de dos años, pero no más que eso.
Para un salario medio que oscilaba entre los 200 y 400 florines, ¡el precio que se llegó a pagar fueron 6.000 florines por cada bulbo!
A lo largo de 1635 y 1636 el precio de los tulipanes aumentó de forma sistemática.
Muchos artesanos han llegado a vender sus propiedades para adquirir algún bulbo.
Algunos otros ratios de intercambio asombran aún más: un bulbo de tulipán fue vendido por 24 toneladas de trigo, y otro fue intercambiado por 24 cerdos, dos molinos y una tonelada de manteca.
No sólo se compraban y vendían a cambio de promesas de pago. En esa época, los holandeses ya aplicaban los derivados financieros: armaban y firmaban contratos a futuro cuyo subyacente eran los bulbos de tulipán con el objetivo de garantizar la propiedad del tulipán que nacería de un determinado bulbo.
Para colmo, en 1636 se declaró una epidemia de peste bubónica que redujo sensiblemente la población holandesa: la falta de mano de obra multiplicó aún más los precios, gestándose un mercado más alcista.
Para enfrentar la incertidumbre y dada la cantidad de bulbos aún no recolectados, se creó un mercado de futuros. Nacía así el primer mercado de futuros de la historia, el cual se denominó windhandel, o "negocio de aire".
Un edicto de 1610 prohibía el negocio por las dificultades de ejecución que representaba, pero continuó dándose en forma privada: los compradores se endeudaban e hipotecaban sus propiedades para comprar las flores. Ya no existía mercadería sino que se realizaban contratos financieros altamente especulativos, acuerdo bilaterales que se sellaban mediante notas de crédito.
Pero a todo ello le faltaba un condimento único: en su mejor momento los tulipanes fueron afectados por un virus que infectaba a los bulbos, que nacían como ejemplares únicos, con los pétalos teñidos de colores en forma aleatoria, únicos e irrepetibles. La causa de ese fenómeno fue entonces un parásito que transmite un virus a la planta conocido como Tulip Breaking Potyvirus, alias el “virus del mosaico”.
Dichas flores se pusieron más de moda aún y se convirtieron en el último capricho por el cual la gente adinerada desembolsaba sumas aún más altas e inimaginables que antes. Es así como el virus contribuyó a la suba de los precios por un motivo netamente especulativo dada la elevada incertidumbre acerca del tipo de tulipán que se obtendría de los bulbos, el subyacente de los contratos de futuros que se estaban celebrando.
En el máximo pico de la burbuja, los precios se duplicaban en forma diaria y se llegó a concertar la compra/venta de un “Semper Augustus”, la variedad de bulbo más famosa, vendida por un precio récord de 6.000 florines, el equivalente a una cantidad que supera los 500.000 euros (Cohen 1997).
En ese momento los tulipanes cotizaban en la bolsa de valores.
El 5 de febrero de 1637 explotó la burbuja, fecha en la que se registró el mayor precio: la llegada de la primavera boreal en el mes de marzo marcaba el mes en el que debían materializarse los contratos a futuro, y la demanda de dichos contratos se contrajo súbitamente, lo que desató el comienzo del final. Hubo una serie de incumplimientos de contratos a futuro, lo que provocó una serie de impagos (defaults) encadenados.
El gobierno tomó cartas en el asunto convirtiendo la obligación de compra contenida en los contratos a futuro en tan solo un derecho de compra, es decir que pasó de ser un futuro con entrega en especies a simplemente una opción. Podría ejercerse, o no. Pero no pudo detener el derrumbe de los precios. Tanto aristócratas como la plebe y los artesanos sufrieron la pérdida de todos sus ahorros en muy pocos días.
Por eso, lo más importante a la hora de especular es saber cuándo retirarse a tiempo. O al menos intentar adivinar si la suba de un activo mantiene una correlación con los fundamentales del activo en cuestión o del subyacente si se trata de un derivado como ocurrió en Holanda en el año 1637.
Los tulipanes son un objeto meramente estético, sin perfume ni aplicación medicinal, floreciendo sólo una o dos semanas al año. El tiempo terminó ajustando los precios a los fundamentos reales.
Pero remontemos un poco más. Si bien pudo haber habido otras más antiguas, ninguna ha revestido las características de suba de precios y posterior derrumbe con semejante voracidad y efecto derrame como la asombrosa y hasta increíble especulación con los tulipanes holandeses en el siglo XVII.
En ese entonces, el uso de los tulipanes era una señal de estatus social. El inicio de la Tulipomanía se atribuye a cuando el embajador de Turquía puso de moda a los tulipanes entre las clases más prudentes de la época para adornar los jardines más elegantes y extravagantes.
Charles de l'Écluse fue el introductor del tulipán en los Países Bajos en 1559, procedente de la actual Turquía (que en aquel entonces formaba el Imperio otomano) donde adornaba los trajes de los sultanes y tenía connotaciones sagradas. La palabra tulipán tiene su origen en la palabra turbante en francés (turban), deformación de la palabra turca “tülbent” que, a su vez, tiene su origen en el idioma persa y cuyo significado es la palabra turbante.
Sí, las famosas flores que suelen adornar las tarjetas postales o los recuerdos que muchos alguna vez nos hemos traído de Holanda han llegado a valer en el año 1637 más que una casa. Leyó bien: un tulipán llegó a valer más que una casa. Se llamó la Tulipomanía, a la que denominaré la madre de todas las burbujas.
El periodista escocés Charles Mackay fue quien esa locura en 1841 en su libro Memorias de extraordinarias ilusiones y de la locura de las multitudes
El auge y la prosperidad comercial de los Países Bajos, así como el éxito de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales son dos de los factores que explican el origen de la tulipomanía holandesa. Si a eso le agregamos el gusto por las flores y en especial las exóticas, ese objeto se convirtió en un objeto de ostentación y símbolo de riqueza en aquel entonces.
Llegada la primavera, los tulipanes eran vendidos en los mercados a personas de alto poder adquisitivo, cuyo pago sostenía la cadena de intermediarios, revendedores y vendedores.
La flor del tulipán tiene una vida breve: el período de producción de tulipanes arranca a partir de un bulbo puede durar un poco más de dos años, pero no más que eso.
Para un salario medio que oscilaba entre los 200 y 400 florines, ¡el precio que se llegó a pagar fueron 6.000 florines por cada bulbo!
A lo largo de 1635 y 1636 el precio de los tulipanes aumentó de forma sistemática.
Muchos artesanos han llegado a vender sus propiedades para adquirir algún bulbo.
Algunos otros ratios de intercambio asombran aún más: un bulbo de tulipán fue vendido por 24 toneladas de trigo, y otro fue intercambiado por 24 cerdos, dos molinos y una tonelada de manteca.
No sólo se compraban y vendían a cambio de promesas de pago. En esa época, los holandeses ya aplicaban los derivados financieros: armaban y firmaban contratos a futuro cuyo subyacente eran los bulbos de tulipán con el objetivo de garantizar la propiedad del tulipán que nacería de un determinado bulbo.
Para colmo, en 1636 se declaró una epidemia de peste bubónica que redujo sensiblemente la población holandesa: la falta de mano de obra multiplicó aún más los precios, gestándose un mercado más alcista.
Para enfrentar la incertidumbre y dada la cantidad de bulbos aún no recolectados, se creó un mercado de futuros. Nacía así el primer mercado de futuros de la historia, el cual se denominó windhandel, o "negocio de aire".
Un edicto de 1610 prohibía el negocio por las dificultades de ejecución que representaba, pero continuó dándose en forma privada: los compradores se endeudaban e hipotecaban sus propiedades para comprar las flores. Ya no existía mercadería sino que se realizaban contratos financieros altamente especulativos, acuerdo bilaterales que se sellaban mediante notas de crédito.
Pero a todo ello le faltaba un condimento único: en su mejor momento los tulipanes fueron afectados por un virus que infectaba a los bulbos, que nacían como ejemplares únicos, con los pétalos teñidos de colores en forma aleatoria, únicos e irrepetibles. La causa de ese fenómeno fue entonces un parásito que transmite un virus a la planta conocido como Tulip Breaking Potyvirus, alias el “virus del mosaico”.
Dichas flores se pusieron más de moda aún y se convirtieron en el último capricho por el cual la gente adinerada desembolsaba sumas aún más altas e inimaginables que antes. Es así como el virus contribuyó a la suba de los precios por un motivo netamente especulativo dada la elevada incertidumbre acerca del tipo de tulipán que se obtendría de los bulbos, el subyacente de los contratos de futuros que se estaban celebrando.
En el máximo pico de la burbuja, los precios se duplicaban en forma diaria y se llegó a concertar la compra/venta de un “Semper Augustus”, la variedad de bulbo más famosa, vendida por un precio récord de 6.000 florines, el equivalente a una cantidad que supera los 500.000 euros (Cohen 1997).
En ese momento los tulipanes cotizaban en la bolsa de valores.
El 5 de febrero de 1637 explotó la burbuja, fecha en la que se registró el mayor precio: la llegada de la primavera boreal en el mes de marzo marcaba el mes en el que debían materializarse los contratos a futuro, y la demanda de dichos contratos se contrajo súbitamente, lo que desató el comienzo del final. Hubo una serie de incumplimientos de contratos a futuro, lo que provocó una serie de impagos (defaults) encadenados.
El gobierno tomó cartas en el asunto convirtiendo la obligación de compra contenida en los contratos a futuro en tan solo un derecho de compra, es decir que pasó de ser un futuro con entrega en especies a simplemente una opción. Podría ejercerse, o no. Pero no pudo detener el derrumbe de los precios. Tanto aristócratas como la plebe y los artesanos sufrieron la pérdida de todos sus ahorros en muy pocos días.
Por eso, lo más importante a la hora de especular es saber cuándo retirarse a tiempo. O al menos intentar adivinar si la suba de un activo mantiene una correlación con los fundamentales del activo en cuestión o del subyacente si se trata de un derivado como ocurrió en Holanda en el año 1637.
Los tulipanes son un objeto meramente estético, sin perfume ni aplicación medicinal, floreciendo sólo una o dos semanas al año. El tiempo terminó ajustando los precios a los fundamentos reales.