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La desaceleración del crecimiento global, que conspira contra la recuperación de los flujos comerciales y de los precios de los productos básicos, y la perspectiva de un empeoramiento de las condiciones de acceso a los mercados financieros internacionales, aunque con riesgos sistémicos limitados, configuran una nueva normalidad a la que las economías de América Latina y el Caribe deberán adecuarse.
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Ante este escenario futuro, la inserción internacional de América Latina y el Caribe en la estructura económica mundial se enfrenta a intensos cambios en la naturaleza, las fuentes y las pautas de distribución del poder y la riqueza, que suponen una menor relevancia del área del Atlántico norte y un proceso de shifting wealth o de desplazamiento del centro de gravedad económico y político hacia el área Asía- Pacífico.
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La crisis financiera global de 2008 y 2009 interrumpió bruscamente la prolongada bonanza económica internacional que experimento la región a partir de 2003 y ha cambiado el contexto externo que deberán enfrentar las economías de América Latina y el Caribe, en el marco del proceso de(re)estructuración del poder mundial.
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Según las proyecciones y lo observado durante los meses transcurridos de 2014, los cambios en el dinamismo económico de las principales economías del sistema internacional registrados este año y la continuidad de las pautas correspondientes en el entorno externo de la región, se expresarán en 2014 y 2015 en un moderado aumento del crecimiento mundial. Se prevé que el crecimiento en la región sea, en promedio, del 1,3% en 2014, la tasa más baja desde 2009. Un crecimiento que repuntará al 2,2% en 2015, impulsado por el fortalecimiento de las exportaciones y un modesta recuperación de la inversión.
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Aunque es probable que lo peor de la crisis haya quedado atrás y la probabilidad de eventos sistémicos es baja, los cambios en la economía mundial –que pueden tener efectos duraderos– nos ofrecen la posibilidad de realizar una proyección de los posibles escenarios futuros a los que la región deberá hacer frente, prestando atención a las dinámicas de los países en desarrollo, el desempeño de las economías emergentes y la evolución de las economías ricas
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ntre éstos últimos países, solo la economía estadounidense muestra signos claros de recuperación. En la zona del euro hay un panorama bastante heterogéneo: mientras Alemania y un conjunto limitado de Estados están comenzando a crecer, las economías de la periferia europea están todavía lejos de superar las dificultades derivadas de la crisis que puso en dudas la supervivencia del euro; sus niveles de actividad apenas han dejado de contraerse, en el mejor de los casos, al tiempo que mantienen muy elevadas tasas de desempleo y no se han alejado todavía de la probabilidad de un proceso deflacionario que podría tener efectos muy adversos
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La disminución del ritmo de crecimiento del comercio mundial que traería aparejado el bajo crecimiento de las economías desarrolladas, no solo afectaría al volumen del comercio, sino que también tendría un impacto negativo (que ya ha comenzado a observarse) en los precios de los productos básicos, agravado por las perspectivas de las propias economías en desarrollo, en especial de China. Asimismo, el bajo crecimiento global también tendría repercusiones negativas en el comercio de servicios, en especial de aquellos cuya demanda es más elástica respecto del ingreso, como ocurre con el turismo.
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En el caso de la economía china, dada su importancia creciente en el comercio internacional, y muy en especial para América Latina y el Caribe, la desaceleración de su crecimiento y la perspectiva de un cambio de su patrón de desarrollo, a favor de una mayor importancia del consumo interno y una menor relevancia de la inversión, abren la posibilidad de una reducción del ritmo de crecimiento de la demanda de productos básicos –como las materias primas– y de menores precios en un futuro próximo, junto a un cambio en la composición de la demanda a favor de aquellos bienes más ligados al consumo, como los alimentos, y en contra de aquellos más vinculados a la inversión, como los metales.
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Estos escenarios propician que la sostenibilidad del desarrollo de América Latina y el Caribe se enfrente a tres amenazas: la económica, la social y la ambiental. La sostenibilidad económica se basa en la capacidad de alcanzar un crecimiento económico elevado y continuo como condición necesaria, si bien no suficiente, para el desarrollo con igualdad.
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Esta sostenibilidad presenta vulnerabilidades internas y externas. Las primeras se relacionan estrechamente con las necesidades y restricciones del acceso al financiamiento externo. Estas debilidades se hacen patentes cuando empeoran las condiciones externas, habitualmente por perturbaciones en los mercados de bienes (de volumen exportado o, más a menudo, de precios) o en los financieros. Una sostenibilidad que también se relaciona con el desarrollo de una estructura productiva diversificada y competitiva.