Las sospechas sobre la verdadera salud financiera del Grupo Espírito Santo hacen temblar los cimientos de Portugal, que ve cómo uno de los principales emporios del país se tambalea, con un peso que va más allá del mero valor económico.
El aforismo "cuando los Espírito Santo estornudan, Portugal se resfría" resume lo que se vivió esta semana en suelo luso, donde la familia acumula poder e influencia desde hace un siglo, con estrechos vínculos con los principales centros de decisión.
Las turbulencias por las que atraviesa provocaron caídas en la mayoría de bolsas europeas, obligaron a pronunciarse al Gobierno luso, causaron un nuevo repunte de la presión sobre su deuda, fueron objeto de debate en el Parlamento e incluso perjudicaron a Portugal Telecom, otro de los "gigantes" empresariales del país y que se encuentra en pleno proceso de fusión con la brasileña Oi.
Estructurado de forma compleja, con participaciones entremezcladas entre sus filiales como en una especie de "matrioska" -una muñeca rusa en cuyo interior se alojan otras muchas, cada vez más pequeñas-, el grupo está bajo sospecha debido a su modo de operar, que ya despertaba recelos desde hace meses.
Con negocios en el área del turismo, la agroalimentación, la sanidad, la energía, los seguros o la construcción, también cuenta con una parte dedicada en exclusiva al sector financiero, en el que la estrella es el Banco Espírito Santo (BES).