La evolución del ser humano ha sido constante y la capacidad intelectual ha aumentado en forma más que proporcional. Los Homo Sapiens llevamos un cerebro que tiene un peso promedio de alrededor de 1,3 kilos.

Y aunque ello represente apenas un 2% del peso del cuerpo humano, a modo de comparación, el cerebro de un gorila pesa alrededor de 500 gramos, muy parecido al peso del cerebro del homo habilis de hace 2 millones de años (600 gramos).

A igualdad de pesos corporales, un mayor peso cerebral implica mayor número de células y de conexiones entre las neuronas (sinapsis). Y cuánto más actividad neuronal, más necesidad de energía: el cerebro utiliza el 60% o más de lo que nuestro cuerpo consume, porcentaje que va bajando hasta el 20% promedio del consumo total en la madurez. En un perro, el cerebro consume un 5% de su energía.

En los primeros años de vida, 700 nuevas conexiones neuronales se forman cada segundo. Las vías sensoriales como las de la visión y audición básicas son las primeras en desarrollarse. Pero luego de este periodo de rápida proliferación, las conexiones se reducen mediante un proceso que permite que los circuitos cerebrales se vuelvan más eficientes. Luego las habilidades del lenguaje y las funciones cognitivas superiores se desarrollan, y los circuitos cerebrales más complejos van construyéndose sobre los circuitos anteriores más simples.

El desarrollo cerebral no depende solamente de programas genéticos, sino también de influencias del medio ambiente, lo cual afecta el desarrollo de nuestro cerebro y de nuestra mente. La dificultad de acceder a un desarrollo neurobiológico, cognitivo y afectivo adecuado compromete el acceso al conocimiento y a su utilización productiva.

Las características emocionales y cognitivas en la infancia necesitan grandes cantidades de energía cerebral. Por eso, la evolución del ser humano requirió de una alimentación más rica en carnes (con calorías en abundancia) y de más fácil digestión que la dieta vegetal (eliminando excesos de fibra y celulosa, más difíciles de procesar) y un aparato digestivo de menor tamaño.

Pero vayamos a lo que el ser humano hace con el cerebro y su vínculo con las inversiones. Partamos de la base de que actuamos de manera normal o habitual, pero de ninguna manera en forma racional, y que muchas veces los químicos en nuestro cerebro a menudo obligan a tomar decisiones irracionales: desde los riesgos que corremos en nuestra vida amorosa, hasta las compras que realizamos en el supermercado en forma impulsiva o la conformación de una cartera de inversiones distinta a la ideal en una relación riesgo/retorno adaptada a nuestro perfil.

Las finanzas del comportamiento, o “behavioral finance”, es el campo de la ciencia que estudia las diferencias entre la valuación racional y la fijación de precios en los mercados que se hace -la mayoría de las veces- de manera irracional.

Hersh Shefrin, en su libro "Más allá de la codicia y el miedo", compiló una lista de sesgos en el comportamiento muy comunes que movilizan las decisiones de los inversores. El primero de ellos es más que obvio y parte del error muy común de pensar que uno es el mejor de todos en materia de inversiones, mejor que el resto.

El exceso de confianza es un pecado capital a la hora de invertir, ya que uno no está solo. Mínimamente uno debe chequear el consenso de mercado y cuanto más amplio, mejor para poder ver qué tan distanciado del resto uno se encuentra. Ser un “contrarian” o remar contra la corriente puede pagar muy fuerte, pero la mayoría de las veces hace caso omiso de alguna variable que empuja las cotizaciones del lado contario a nuestra visión. Predecir un precio lleva intrínseco el concepto de incertidumbre y probabilidad, por lo que los inversores deberían medir ese exceso de confianza.

Por otro lado, los inversores deben revisar constantemente sus estimaciones en función de la tarea de procesar la información nueva que se difunde. Keynes alguna vez dijo: “When The Facts Change, I Change My Mind. What do you do, sir?” en la mejor definición de que los hechos deberían tener un impacto obligado en las hipótesis formuladas con información que ya hoy quedó vieja.

Sumemos todo lo anterior al hecho de que los inversores tienen problemas para olvidar los malos recuerdos; le asignan demasiada ponderación por el mal trago que debieron soportar en el pasado. Y es por eso que el trading es muchas veces afectado por los resultados de sus operaciones anteriores, lo cual lleva a tomar decisiones o bien muy arriesgadas o demasiado conservadoras.

Asimismo, el cerebro nos lleva una mala pasada cuando le asigna el mismo peso ( o mayor incluso) al sentimiento de vender con una ganancia un activo financiero que sigue subiendo a posteriori: los inversores deberían efectuar trades positivos en forma constante y limitados en su riesgo con stop losses, y no seguir las cotizaciones de las acciones que no se piensan operar sino solamente para pensar cuánto más pudiéramos haber ganado. Les suena conocido, ¿no?

No vale comprar de mentira como si fuese un simulador, ni especular con cuánto se pudiera haber ganado de más si se hubiera conservado la posición, porque los operadores deben estar en la “arena” real de los mercados y realizando trades de verdad, no ficticios. El cerebro habilita ese tipo de comportamiento equivocado a la hora de ver los mercados por la ilusión o fantasía de querer estar en esa posición en el pasado.

Su capacidad de tolerar el riesgo debe ser determinado por sus circunstancias personales financieras, su horizonte de tiempo de inversión y el tamaño de una inversión en el contexto de su cartera.

Dependencia Marco es un concepto que se refiere a la tendencia a cambiar la tolerancia al riesgo en base a la dirección del mercado. Por ejemplo, su disposición a tolerar el riesgo puede caer cuando los mercados están cayendo. Por otra parte, su tolerancia al riesgo puede aumentar cuando los mercados están subiendo.

Otro comportamiento equivocado son los mecanismos de defensa que uno esgrime a la hora de encontrar un “culpable” para aquellas inversiones que dejaron o están dejando una pérdida en nuestro portafolio. Los mecanismos de defensa bajo la forma de excusas diversas están relacionados con el exceso de confianza: es por eso que hay que tomar nota de todos los trades e intentar encontrar una razón objetiva y lógica que no deba repetirse a futuro, por más que la culpa sea nuestra, porque eso enriquece el proceso de inversión restringiendo el margen de maniobra e inhabilitando comportamientos futuros inapropiados.

Por desgracia, los mercados pueden permanecer irracionales más tiempo de lo que uno puede mantenerse solvente: no llevar posiciones perdedoras más allá de lo tolerable parece ser la consigna a respetar, pero que muchas veces no se hace. Por lo tanto, hay que respetar los stop losses y las máximas pérdidas dispuestas a tolerar, más allá de lo que nuestra conciencia nos dicte: operar con reglas es siempre mejor que perseguir una ilusión de reversión de precios a nuestro favor o prender una vela para que lo haga pronto.

El cerebro es un órgano altamente interrelacionado y sus múltiples funciones operan de un modo muy coordinado. Ser el mejor analizando empresas es muy útil, pero si nos falla la cabeza, no vale de nada. Además, ¿cuántas veces hemos escuchado que un jugador puede ser muy bueno, pero que si le falla la cabeza no llegará a ningún lado? La concentración, hacer foco y la maximización de la utilidad que se le da al cerebro es vital para poder triunfar. Es encontrarle un equilibrio y un método para evitar sus malas influencias en el trading día a día, más allá de nuestra inteligencia.