“¡Avancen! ¡Avancen! ¡Avancen!”. Así gritaba el jefe de un batallón de 150 policías con escudos, cascos, porras y escopetas desplegado frente a una asamblea de 50 campesinos. Las familias labriegas reunidas con sus niños bajo la sombra de un gigantesco mango no tuvieron tiempo de reaccionar: “¡Vamos a hablar!”, suplicaban sin efecto algunos, mientras veían venir los porrazos.
“No escucharon. Empezaron a agarrar a las señoras, a otro le quebraron la cabeza y nos tuvimos que esconder”, cuenta Milcíades Añazco, un labriego paraguayo de 30 años que vive con su esposa y sus dos hijos en una pequeña porción de tierra colorada cubierta de frutales en Guahory, distrito de Tembiaporã, departamento de Caaguazú, a 250 kilómetros de Asunción y a solo 80 de la frontera con Brasil.
La comunidad, a la que solo se llega por caminos de tierra, está siendo asediada y destruida impunemente desde el pasado septiembre por latifundistas vecinos de origen brasileño, según denuncian sus habitantes, la principal organización civil del campo, la Federación Nacional Campesina (FNC), y parlamentarios de los tres principales partidos que han acudido al lugar para intentar frenar los enfrentamientos.