Una altura de 12,5 metros y una extensión de más de 400 kilómetros. Así será la gigantesca muralla que el gobierno de Japón ha empezado a construir en la costa noreste del país para protegerse ante un eventual tsunami.

Estará hecha de cemento y formada, en realidad, por una cadena de paredes más pequeñas, que harán más fácil su construcción.

La obra, cuyo costo ronda los US$6.800 millones, quiere evitar un desastre como el de marzo del 2011, en el que un maremoto provocado por un terremoto de 9º de magnitud en el Océano Pacífico destruyó comunidades costeras enteras, la planta nuclear de Fukushima y dejó un saldo de cerca de 19.000 muertos.

Quienes están a favor de este controvertido proyecto lo consideran una suerte de mal necesario.

También sostienen que creará al menos por un tiempo -se estima que la construcción se demorará alrededor dos años- puestos de trabajo.

Los que se oponen, no sólo consideran que arruina completamente el paisaje sino que también daña los ecosistemas marinos y perjudica a la industria pesquera.

Pero cuán útil es una muralla de hormigón a la hora de defender a una comunidad vulnerable de la brutal fuerza de un tsunami. ¿Es este un sistema realmente efectivo?

LOS PELIGROS DE CONFIAR EN LA TECNOLOGÍA

Según diversos expertos, si bien reduce la potencia del impacto y por ende, el nivel del daño, puede crear una suerte de falsa confianza.

De hecho, muchos de los que perecieron o desaparecieron en el último tsunami no prestaron atención a las advertencias del peligro.

Si bien la falta de infraestructura básica puede ser catastrófica en los países en desarrollo, la dependencia extrema de esta clase de protección puede hacer que la gente se sienta demasiado segura, señaló Margareta Wahlstrom, directora de la Oficina de la ONU para la Reducción de Riesgos en Desastres.

"Hay una fe exagerada en la tecnología como solución, pese a que todo lo que hemos aprendido nos muestra que el conocimiento y la intuición de la propia gente es lo que hace la diferencia y, la tecnología, de hecho, nos hace un poco más vulnerables", dijo Wahlstrom durante una conferencia la semana pasada en Sendai, Japón.

Akie Abe, esposa del primer ministro japonés, Shinzo Abe, manifestó en el pasado la misma preocupación.

En su opinión, las paredes harán que los residentes de las ciudades costeras no estén atentos a las señales de un tsunami en el futuro y, además, son costosas de mantener.

EFICACIA BAJO LA LUPA

Muchos dudan de su eficacia.

"Lo más seguro es que la gente viva en sitios más elevados y que sus hogares y lugares de trabajo estén en zonas diferentes. Si hacemos eso, no necesitaremos la gran muralla", le dijo a la agencia AP Tsuneaki Iguchi, alcalde de Iwanuma, una ciudad que quedó bajo las aguas en el último tsunami.

Y, la evidencia en cuanto a su utilidad, no es contundente.

En el 2011, la localidad de Fudai, en el noroeste de la isla, escapó el azote de las olas gracias un sistema de compuertas y un muro que le debe su existencia a un alcalde que atravesó de joven la experiencia de un maremoto e hizo de la construcción de un muro una de sus prioridades.

El proyecto, iniciado en los años 70, fue duramente criticado como un gasto innecesario. Pero gracias a él, Fudai se mantuvo de pie.

Sin embargo, en Kamaishi, en la prefectura de Iwate, un gran muro que demoró tres décadas en construirse a un costo de US$1.600 millones, colapsó durante el tsunami del 2011 y dejó a la ciudad totalmente indefensa.

Pero aunque las obras de la muralla ya está en marcha, lo cierto es que ningún proyecto de construcción podrá eliminar por completo la necesidad de protegerse de las manifestaciones violentas de la naturaleza.

"Lo que quiero enfatizar", señaló Takeshi Konno, alcalde de la pequeña ciudad costera de R**uzentakata, según cita la agencia AP, "es que no importa qué es lo que la gente intente crear, no le ganará a la naturaleza. Por eso nosotros los humanos tenemos que encontrar una forma de coexistir con ella".

"Hay que escapar cuando hay peligro. Lo más importante es salvar tu vida".