Como en la vida misma, nuestro peor enemigo también es el ego cuando invertimos en la bolsa.
El ego es ese juicio carente de imparcialidad que nos lleva a analizar una posición y a tomar decisiones de manera precipitada; en suma, decisiones condicionadas en exceso por el deseo de ganar.
Por un lado, el ego juega a ser adivino: dice que una acción subirá o bajará en función de la necesidad que tenga cada uno de satisfacer en ese momento. Sin embargo, nadie puede saber lo que hará mañana la bolsa: es algo impredecible y depende de múltiples factores.
Por otro lado, el ego te convence de que, si algo ha salido mal, no es culpa tuya. Es decir, intentará convencerte de que es debido al destino, a un analista que te confundió con sus apreciaciones, a una recomendación de un diario, al indicador de turno o a cualquier otra razón que se escapa a tu control y que te exime, por ende, de toda responsabilidad.
Si escuchas a tu ego, en definitiva, nunca aceptarás que te has equivocado. Y esto es un gran problema, porque no reconocer tus errores te llevará a cometer más errores y, por lo tanto, a la frustración.
En cambio, si eliges separarte de tu ego, mejorarás en tu operativa bursátil, porque analizarás con mucha más claridad la evolución de los precios de las acciones y, además, sabrás admitir que te has equivocado cuando esto ocurra. Entonces comenzarás a progresar, y verás los beneficios.
No es una tarea fácil lograr dominar el ego. Probablemente, aunque creas que lo has conseguido, siempre habrá ocasiones en las que tu ego volverá a asomar su cabeza. El control del ego es un trabajo constante.
En suma, controlando tu ego, no sólo mejorarás como inversor, sino también como persona. Aunque te parezca mentira, los cambios positivos no sólo los verás reflejados en tu cartera de inversión, sino también en tu propia vida.