A menudo, tanto los pequeños como los grandes inversores se dejan llevar por lo que sentencian las agencias de calificación crediticia.
Es más: estas agencias tienen tanta influencia, que el hecho de que una empresa haya obtenido la máxima calificación puede ser un factor determinante a la hora de que un inversor apueste por esa firma. Y claro que también se da el caso contrario: los inversores pueden retirar su confianza a una compañía porque ésta obtuvo un rating bajo por parte de una agencia de calificación.
Sin embargo, hay un dato que no hay que perder de vista: el 90% del negocio de las agencias calificadoras del sector financiero internacional están controladas por tres grandes firmas afincadas en los Estados Unidos: Standard & Poor’s, Moody’s y Fitch.
Además, la fuente de financiación de dichas agencias proviene de las mismas empresas, países y regiones que califican. Y no hay que olvidarse que los dueños de las agencias son bancos y grandes fondos, los cuales toman posiciones mucho antes de que las agencias suban o bajen sus calificaciones de forma pública.
Tampoco hay que perder de vista que las también conocidas como “agencias de rating” son empresas privadas que dan una nota o calificación a esos productos teniendo en cuenta,
sobre todo, el riesgo de impago y la solvencia.
Por eso, nunca debemos comprar o vender acciones por lo que nos diga una agencia crediticia, ya que sus calificaciones responden a intereses privados muy concretos.
Incluso, hay hechos que demuestran hasta qué punto las calificaciones de estas agencias no son datos fiables para sus inversiones: ellas dieron su máxima nota a las hipotecas subprime en el año 2008, unos días antes de que estallara la última crisis financiera internacional. También tenían una calificación en niveles sanos para Enron, cuatro días antes de que la empresa declarara su quiebra.
Así que lo mejor que puedes hacer es desoír sus calificaciones.