Todos los autos nuevos y la mayoría de los que se produjeron después de 1980, tienen un sensor de oxígeno. Éste forma parte del sistema de control de emisiones e informa a la computadora del auto. La meta del sensor es ayudar al motor a funcionar lo más eficiente posible, al igual que producir la menor cantidad de emisiones permisible.
Un motor quema combustible –gasolina o diésel- en la presencia de oxígeno. Existe una proporción exacta tanto de aire como gasolina para que la mezcla de ambos sea “perfecta” (la relación depende directamente del tipo de combustible –es decir cuánto hidrogeno y carbón puede llegar a tener). En el primer caso si llegará haber poco aire en la combinación, entonces se tiene un excedente de combustible después de la ignición, a esto se le llama una mezcla rica. Ésta es mala porque el combustible sin quemar contamina el ambiente. Ahora en el segundo suceso si hay más aire y menos combustible, entonces se tiene un exceso de oxígeno, a esto se le denomina una mezcla pobre. Ésta tiende a generar más contaminantes de óxido de nitrógeno y en algunos casos, causar un bajo desempeño incluso un daño al motor.
El sensor de oxígeno está colocado en el tubo de escape y sirve para detectar mezclas ricas o pobres. El mecanismo en la mayoría de los sensores involucra una reacción química que genera un voltaje. La computadora del motor vigila este voltaje para determinar si la mezcla es rica o pobre, con ello ajusta la cantidad de combustible que debe entrar al motor.
Un sensor de oxígeno es necesario para poder medir la cantidad de aire que aspira el motor, esto es importante puesto que depende directamente de factores como: la altitud, la temperatura del ambiente y de la misma máquina, la presión barométrica, la carga que tenga el motor, etc.
Cuando el sensor de oxígeno falla, la computadora ya no puede detectar el rango de aire/combustible, por lo que termina adivinando cuál es. Con esto el auto se desempeña pobremente y usa más combustible de lo que requiere.